Antes que psicóloga, he sido y soy persona: una persona disidente. En un mundo atravesado por violencias estructurales, he sentido el vértigo de tener un funcionamiento neurodivergente y de desobedecer los mandatos de género y deseo.

También he sido y soy paciente. Sé lo que es iniciar un proceso de terapia con miedo: a que cuestionen mi forma de estar en el mundo, a tener que disfrazarme para que me comprendan. Por eso, es importante para mí ofrecer un lugar seguro donde poder ser: un espacio terapéutico neuroafirmativo, LGBTIQA+-afirmativo y con perspectiva de género, que acoja todas las identidades, cuerpos, sensibilidades, funcionamientos, ciclos y ritmos propios.

Con esa acogida como rumbo, me desarrollo profesionalmente como psicóloga general sanitaria con enfoque integrador informado en trauma y apego. “Integrador” porque adaptaremos la terapia a ti, eligiendo las técnicas en función de tus necesidades. “Trauma y apego” porque atenderemos los sucesos y sentires del pasado que han dejado huella en tu sistema y siguen presentes de algún modo. Los síntomas de hoy hablan de lo que ocurrió (o no ocurrió) ayer; atender la raíz permite que el cuerpo deje de necesitar gritarnos y pueda sentirse en calma. También exploraremos recursos de regulación emocional que te permitan transitar de forma más amable el momento presente y daremos espacio al cuerpo y la emoción, no solo al pensamiento.

En mi vida personal, me mueve la ternura y la fascinación hacia todas las formas de vida, y pongo en un lugar central los vínculos y los cuidados —cocinarle a mis amigas, intercambiar hortalizas con la vecina, acurrucarme con mi perra, recorrer montañas y perderme por el bosque— como forma de sostén y regulación frente a un sistema que nos empuja al individualismo y la desconexión con la naturaleza.